El lector recorrerá la trayectoria de un jugador totalmente diferente, en el juego y en el cariño que supo ganarse de la gente, no importa la hinchada, amor incondicional de la gente de Independiente y el resto, con códigos y un manejo de pelota único e incomparable. El «Bocha» no fue odiado o amado, solo unos pocos lo logran…
Nota: Crédito Mateo Mastroianni.-
Un futbolista único y excepcional, le daba todo tipo de apoyo a sus compañeros dentro de una cancha. Miles de características que lo distinguían: un gran sentido de localización en el campo de juego, creatividad para organizar y liderar las jugadas colectivas, lucidez mental, excelsa precisión a la hora de jugar a los toques y meter un pase en profundidad, efectividad, desequilibrio individual y gambeta.
Además, contaba con paciencia, tranquilidad y un temple bárbaro para usarlo en los momentos más decisivos de un partido, siendo una pieza infaltable en el funcionamiento estratégico. Por la posición que abarcaba en el verde césped, aquellos que tuvieron la suerte de verlo jugar aseguraban que “tenía un mapa de la cancha en la cabeza”, ya que conocía detalladamente cada cosa que iba a pasar por más insignificante que sea y construía sus planes en base a lo que creía que era más beneficioso para su equipo en determinado tiempo. Su alto coeficiente intelectual, su energía y habilidad, le daban las perfectas condiciones para ser un auténtico enganche, teniendo en cuenta que planificaba como iniciar los ataques y que casi todos sus socios participaran constantemente en la búsqueda del gol. Contaba con una serie de habilidades tan inusuales, al punto que era capaz de desarmar a toda una defensa en cuestión de segundos. Por todas esas virtudes, decidieron apodarlo como “director de orquesta del campo de juego”.
Tenía esa pegada tan sutil y esa técnica tan bien definida, que sabía perfectamente cuando era el instante para meter un pase entre líneas y dejar a un delantero mano a mano frente al arquero, dejando en ridículo total a los defensores contrarios. Todo lo dicho, colaboró para convertir en enormes goleadores a muchos de los que tuvieron la fortuna de compartir cancha con él; tales como Ruiz Moreno, Norberto Outes, Daniel Astegiano, Marcelo Reggiardo, Carlos Alejandro Alfaro Moreno, Martín Félix Ubaldi y Antonio Alzamendi, entre otros.
Varios lectores ya deben saber a quién estamos haciendo referencia, pero algún desconocido, aún no cayó. Hablamos de Ricardo Enrique Bochini, nacido en Zárate, provincia de Buenos Aires el 25 de enero de 1954. Considerado por amplio margen el máximo ídolo en la historia del Club Atlético Independiente y como uno de los mejores futbolistas argentinos de todos los tiempos. Se paraba como volante de creación, recordado como un representante sobresaliente en esa posición, transformándose directamente en un arquetipo de alguien que lleva en su espalda la camiseta Nº 10. El “Bocha”, empezó a jugar al fútbol en 1964 cuando tenía 10 años en las inferiores del club Belgrano de su ciudad natal. En su infancia, siempre admiró a fenómenos como: José Sanfilippo, Alberto Rendo, Carlos José “Toti” Veglio y Ángel Clemente Rojas (“Rojitas”). En 1969, teniendo la edad de 15 años se fue a probar a Boca Juniors, pero por los inconvenientes en el traslado para asistir a las prácticas decidió abandonar.
No obstante, el destino le cambió cuando poco tiempo después, una vieja gloria del “Rojo” llamado Miguel Ángel Giachello lo llevó a probar al club. Al año posterior, la institución de su sitio de nacimiento aceptó darlo a préstamo con una opción de compra, de esta manera, fue recibido por Nito Osvaldo Veiga y Ernesto Díaz para contarlo en la séptima división. A partir de allí, se iniciaría una brillante trayectoria que iría en ascenso, pero claro, el jóven todavía ni se imaginaba de lo que podía llegar a hacer o pasar. Bochini debutó en primera división en 1972, visitando a River Plate en el estadio Monumental, Antonio Vespucio Liberti, cuando el director técnico Pedro Dellacha lo hizo ingresar a los 29’ del segundo tiempo. De a poco se fue ganando la confianza de todos y comenzó con actuaciones consagratorias, como por ejemplo, los tres goles marcados a Racing Club en el clásico de 1974.
Fue el mandamás de un plantel que en los años ’70 ganó absolutamente todo. En esa plantilla había de todas las edades, experimentados, consagrados y jovencitos. Uno de esos era el arquero Miguel Ángel “Pepe” Santoro Marcote y otro era el lateral izquierdo Ricardo “Chivo” Pavoni. Los más chicos eran “Richard” y el wing derecho Daniel Bertoni. Durante un prolongado tiempo, estos dos formarían una dupla letal en ataque que dio mucho que hablar.
Obviamente que el equipo no sólo tenía calidad y jerarquía de mitad de cancha hacia adelante, la defensa también era sólida; la integraban Comisso, López, Sá y Pavoni, conocida con el mote de “la defensa de hierro”, por su fortaleza física. En el mediocampo, había tres volantes centrales, los cuales eran de marca, de creatividad, de invento y de clarificación. Ellos se asistían mutuamente para mantener el orden del equipo en cancha, eran Rubén Galván, Alejandro Semenewicz y Miguel Ángel Raimondo. Y en la delantera ya mencionada, también acompañaban Agustín Balbuena, Eduardo Maglioni y Percy Rojas, quienes tenían toda la libertad para desempeñar sus habilidades ofensivas.
El conjunto de Avellaneda fue el equipo más fuerte del continente, conquistando ocho copas internacionales: cuatro Copas Libertadores de América de manera consecutiva en 1972, 1973, 1974 y 1975, tres Copas Interamericanas en el ’74, ’75 y ’76 y una Copa Intercontinental en el ’73. Ya sobre finales de la épica década, se formaría otro muy buen equipo que protagonizaría los campeonatos locales de Argentina de eliminación directa. El grupo se modificó bastante, pero la mística ganadora seguía intacta. El episodio más claro de esto, fue lo sucedido en 1977. Independiente se había clasificado a la final del torneo Nacional y debía enfrentar a Talleres de Córdoba: el cotejo de ida en Avellaneda terminó igualado 1-1, en la vuelta, se dieron unas supuestas sospechas por presunto arreglo del partido, ya que el régimen militar era simpatizante del club cordobés. Todas esas conjeturas sacadas finalmente fueron ciertas; la visita ganaba cómodamente 0-1, pero el juez cobró un penal, dio un gol con la mano y encima expulsó a tres futbolistas del “Rojo”, todo eso indicaba que la victoria sería cordobesa. De un momento a otro, apareció el “Bocha” armando una jugada sublime combinando con Bertoni y Biondi, anotando él mismo el gol del triunfo y darle el trofeo a su escuadra ante la atónita mirada de los defensores cordobeses. Al año siguiente, volvió a ser crucial e indispensable en la obtención de un nuevo título, derrotando 2-0 a River en la final del campeonato Nacional de 1978, con dos goles marcados por el propio Bochini, sumando otra página distinguida en su carrera profesional.
Para la década del ’80, con Nito Veiga como entrenador del fútbol mayor, Independiente estuvo a punto de volver a dar dos vueltas olímpicas, en el Metropolitano 1982 y el Nacional 1983, pero en ambas oportunidades uno de los mejores equipos de la historia de Estudiantes de La Plata, se alzaron con las copas.
Para el Metropolitano del ’83, finalmente los “Diablos Rojos” llegaron a adueñarse de la corona, nuevamente con rendimientos altísimos de Bochini y de su compañero que cumplió con creces, Jorge Burruchaga, uno el que mejor se entendió el 10 dentro del campo de juego. El “Burru” fue un gran complemento porque tenía una inmensa humildad y solidaridad, sumado a su enorme despliegue y polifuncionalidad, todo eso lo hacía realizando tareas ofensivas como de la recuperación de la pelota. Por su destacada actuación en la campaña de Independiente que llevó al título del Metropolitano '83, el “Bocha” recibió ese año el premio al Futbolista Argentino del Año. Los de Avellaneda tuvieron la buenaventura de formar una solidez en todas sus líneas. Los cuatro defensores eran firmes pero también eran exquisitos cuando tenían la pelota en el pie: Néstor Rolando Clausen, Hugo Villaverde, Enzo Héctor Trossero y Carlos Enrique. Los volantes tampoco se quedaban atrás, tenían aguante, despliegue y eran unos verdaderos todoterreno, futbolistas de la talla de Ricardo Giusti, Claudio Marangoni y dos goleadores grandiosos como Alejandro Estebán “Porota” Barberón y José Percudani. El plantel de aquella época fue excepcional, de los mejores de su rica historia, porque paralelamente le contribuyó a la Selección Argentina cuatro de sus jugadores que a la postre lograrían ganar la Copa del Mundo en México ’86.
La campaña de la Copa Libertadores de 1984 también fue magnífica. A esa altura, Independiente tenía un equipo totalmente consolidado y desarrollado y que tenía bien definido su juego. En la final del certamen, se cruzó con Gremio de Porto Alegre y fue triunfo del conjunto argentino por 1-0 en condición de visitante. Fue tal la paliza que le dieron a los brasileños en todos los aspectos del juego, que al día siguiente los diarios del país verdeamarelo le pusieron un 10 como puntaje a todos los futbolistas argentinos, de esta forma, el “Rojo” llegaba a su séptima Libertadores, transformándolo en el más ganador de la competencia, récord que mantiene hasta el día de hoy. A fines de aquel año, partieron para Japón a disputar la Copa Intercontinental, era la primera vez que se jugaba en la tierra del sol naciente. Su rival de turno era el poderoso Liverpool de Inglaterra, el clima fue muy tenso antes, durante y después de finalizado el encuentro, ya que era la primera vez que un equipo nacional jugaba contra uno inglés después de la guerra de las Islas Malvinas. Un tanto tempranero de Percudani, alcanzó para decretar el 1-0 y darle el sello definitivo al partido, por consecuencia, el campeonato del mundo se vino al país.
Se aproximaba una nueva finalización de década, esta vez la del ‘80’, la versión futbolística de Bochini era con una notoria madurez, ya sin tanta elasticidad y rapidez que supo tener en los primeros años, pudo reemplazar todo eso con la experiencia que tenía sobre los hombros, manejando correctamente sus esfuerzos físicos y su efectividad en los pases cortos y largos. En la década anterior su víctima preferida era Racing, pero cuando cambió a la otra pasó a ser Boca, le hizo soberbios goles muy recordados como el que le hizo en la primera y segunda rueda del campeonato 1988/89, sacando del camino al único que era capaz de competirle el torneo. A principios del ’88, había querido marcharse al club de La Ribera acompañado de Marangoni, Barberón y su ex director técnico José Omar Pastoriza, pero la idea no prosperó y todo que en la nada misma, a pesar de que los demás si se fueron. Esa misma temporada comenzó la campaña que lo llevaría un nuevo campeonato nacional, con su prolongada edad a cuestas, aunque con perfeccionamiento para manejarse en la cancha, fue otra vez más el líder en la obtención de ese trofeo en 1989.
Por otro lado, también en esa época llevó a Independiente a la final de la Supercopa, donde llegó la ansiada final frente a Boca, fueron dos encuentros muy aburridos con empates a cero. Todo se fue a la tanda de los penales, en los cuales el “Xeneize” fue el vencedor.
Para 1990 volvió a ser el conductor en una particular edición de la Copa Libertadores, en la que el “Rojo” consiguió su victoria internacional más abultada, aniquilando al Pepeganga venezolano por 6-0. De igual forma, en cuartos de final serían eliminados a manos de River. En noviembre de ese mismo año, ganó en los Premios Konex de la edición Deportes, el Diploma al Mérito en la categoría fútbol, en reconocimiento a su trayectoria deportiva durante los últimos tiempos. A pesar de eso, Bochini sentía que se estaba despidiendo lentamente de las canchas. A los inicios de los ’90 su padre murió y lo hizo entrar en una fuerte depresión que lo tuvo muy a maltraer. Se dio cuenta que el paso del tiempo era muy tirano y que no tenía la capacidad física para desenvolverse y sacar la diferencia que tenía acostumbrado a todos.
El 5 de mayo de 1991, en un choque como local vs Estudiantes de La Plata que terminaría 1-1, recibió una pelota en tres cuartos de cancha y estaba encaminándose derechito al arco para enfrentar mano a mano al arquero, cuando de sorpresa, una descalificadora patada del defensor “Pincha” Pablo Erbín a la rodilla lo destrozó. El referente cayó en el acto al piso y tuvo que recibir asistencia médica y ser retirado en camilla ante la mirada preocupante de todos los espectadores. La gravedad de la lesión fue tan grande, al punto que decidió retirarse definitivamente del fútbol. De esta manera, fue su final: una carrera profesional de 19 años, con 714 partidos jugados, 108 goles marcados, cuatro campeonatos locales alzados y 10 copas internacionales. Todas estas cifras abrumadoras, con la misma camiseta de siempre; la de Independiente. Se cerró así, el camino de uno de los más grandes futbolistas del fútbol mundial.
Después de su retiro, llovieron la cantidad de elogios y homenajes para él: en 2005, para celebrar el centenario de la fundación del club, se construyó una estatua de bronce con su figura que se encuentra en la sede central de Avellaneda. En 2006, el Concejo Deliberante de la ciudad hizo lugar a un pedido de la institución y decidió bautizar con su nombre un tramo de la calle Cordero (comprendida entre Alsina y las vías del ferrocarril). El proyecto fue presentado por Javier Cantero y Jorge Alonso, dos hinchas y socios del club, que cumplieron con la gestión para persuadir a los Concejales del Honorable Concejo Deliberante y de esta manera homenajear al ídolo. En octubre de 2007, fue entronizado en la Galería de la Fama de la AFA, hecha en honor a los mejores jugadores argentinos de toda la historia. También en su honor desde el 2008, un estadio lleva su nombre completo, se trata del Club Atlético Famaillá de la ciudad homónima en la provincia de Tucumán, afiliado a la Liga Tucumana de Fútbol. Dicha cancha tiene capacidad para 4 mil personas y se encuentra en una zona turística donde hay un balneario y un lago artificial, por otro lado, se realizan anualmente distintas festividades, destacándose la “Fiesta Nacional de la Empanada” y la “Fiesta Nacional de los Mellizos”. Tuvo un retorno simbólico cuando el 25 de febrero de 2007, volvió a participar de un partido oficial, haciéndolo durante 42 minutos jugando para Barracas Bolívar. Esto fue en un encuentro correspondiente a la sexta fecha de la Zona 57 del Torneo del Interior, quinta división del fútbol argentino. Dicho choque, tenía como motivación que quien ganara clasificaría a la próxima ronda, el resultado final fue 2-1 a favor de la escuadra de Bochini. Tuvo otra vuelta honorífica, esta vez el 19 de julio de 2009 cuando se inauguró un Torneo de Veteranos denominado Súper 8, en el cual participaban ocho planteles que representaban a equipos que participan en el torneo de primera división del país. El “Bocha” se calzó su amada camiseta roja enfrentando en el choque inaugural a Boca, jugó los primeros 30’ y fue reemplazado a los 15’ de la segunda mitad. El resultado fue 2-0 para el Xeneize. El máximo referente en la historia de Independiente, también tuvo una gran carrera en el combinado argentino mayor, que particularmente está entre las más largas en la historia de la Selección, con un tiempo que se prolongó durante 13 largos años. Su estadía estuvo marcada directamente con las intermitencias. Fue convocado en varias ocasiones, pero nunca terminó de ganarse la confianza y la preferencia de los técnicos que estaban a cargo.
Quizás el detonante fue la coincidencia con una generación maravillosa de enganches argentinos, por lo que siempre tuvo competidores que se superponían delante de él. Los más tenidos en cuenta eran Diego Armando Maradona, Carlos Babington, José Daniel Valencia, Gorosito, Sabella y Norberto Osvaldo Alonso.
Su debut con la albiceleste se dio en 1973 como parte de un conjunto “fantasma” que debía prepararse físicamente en el norte argentino para el partido en la altura de Bolivia por las eliminatorias de la Copa Mundial de Fútbol de 1974, en medio de un ambiente lleno de angustia y nerviosismo. Argentina no pudo clasificar para el Mundial ’70 y no quería volver a repetir ese fracaso estrepitoso. El período de finales de los ’60 e inicios de los ’70, es sencillamente oscuro en la historia del deporte nacional, por la cantidad de desorganizaciones y traspiés que fueron para el olvido. Este equipo era alternativo, ya que el principal se quedó en Buenos Aires, siendo conformado por futbolistas consagrados.
Junto con Bochini en la Selección fantasma, también se encontraba el “Matador” Mario Alberto Kempes, quienes fueron dejados de lado y sin asistencia por parte de la Asociación del Fútbol Argentino, ya que en la casa madre también reinaban los problemas e infinitos despelotes. Los jugadores debieron hacer amistosos, incluso para poder costear alojamiento y viajes al exterior. En conclusión, la Selección derrotó 1-0 a Bolivia y clasificó al Mundial. “El Maestro Rojo” participó con éxito en la primera selección organizada por el entrenador Cesar Luis Menotti, previa a la Copa del Mundo de 1978, participando en una gira por la Unión Soviética y Polonia, habiendo cotejos memorables bajo intensas nevadas. Luego de varias lesiones, volvió a ser llamado para una serie de amistosos que se hicieron en La Bombonera, estadio de Boca. A pesar de ello, Menotti se inclinó por citar al “Beto” Alonso quedando afuera el “Bocha”.
Tampoco fue citado en 1982, cuando pasa uno de sus mejores momentos. Al final el llamado llegó de parte de Carlos Salvador Bilardo para el Mundial de 1986, pudiendo llegar a jugar unos minutos en lugar de Burruchaga, sobre el final del encuentro correspondiente a las semifinales frente a Bélgica. El propio Maradona le dijo al crack de Avellaneda cuando ingresó: “pase maestro, lo estábamos esperando”. Ambos terminaron combinando algunas paredes que desordenaron a la defensa rival.
En resumidas cuentas, el nacido en Zárate y que hoy tiene ya 66 años, marcó un estilo de juego nunca antes visto y que hasta el día de hoy siempre es elogiado, al punto de que cuando alguien mete un buen pase en profundidad, lo denominan “pase bochinesco”. El nombre de Ricardo Enrique Bochini pasó a ser una leyenda en la historia del fútbol y de todo el deporte argentino, su recuerdo es inoxidable en peñas, libros, placas, estatuas e infinitos homenajes a su recorrido dentro de las canchas.
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