Una persona que apostó toda la vida al perfil bajo, a la humildad, al trabajo en silencio. Luego de haber jugado la Copa del Mundo en 1930 en Uruguay, fue el responsable del principal apodo con el que se lo conoce a River Plate en Argentina y en todo el mundo: “Millonario”, que lo compró en aquellos tiempos por una abultada suma de dinero.
Nota: Crédito Mateo Mastroianni
“Esos 10 mil pesos fueron para mí. Yo me quedé con 7 mil y los otros 3 mil se los devolví espontáneamente a Sportivo Buenos Aires, que me había pagado ese monto por un año”, relató el jugador en cuestión. Fue de los jugadores mejor pagados en la década del ’30, pero de tan generoso que era con el prójimo, fue económicamente pobre pudiendo haber sido rico.
Para algún desconocido que todavía no entendió de quien estamos hablando, se trata de Carlos Desiderio Peucelle, nacido un 13 de septiembre de 1908 en la ciudad de Buenos Aires y fallecido en el mismo lugar, el 1º de abril de 1990 a los 81 años.
Un futbolista que destiló mucho talento dentro de la cancha, y que también mostró mucho profesionalismo a la hora de ponerse el saco de entrenador. Increíblemente, su primer club fue Boca Juniors, allá por 1924, cuando tenía apenas 16 años. Una huelga producida en ese entonces, lo llevó a jugar simultáneamente en San Telmo y a Sportivo Barracas, ya que integraban distintas asociaciones. Además, formó parte de Nacional de Adrogué, Sportivo Buenos Aires y participó en dos encuentros amistosos para Estudiantes de La Plata e Independiente. En Sportivo Buenos Aires, llegó a jugar 107 cotejos durante tres años (1927-1930) y facturó 31 tantos.
A los 19 años, ya era considerado “internacional”, tal es así que participó en el primer Mundial disputado en la historia, cuando metió el primer gol en la final frente a Uruguay, en lo que fue derrota 4-2. El equipo argentino que salió a la cancha en aquella oportunidad, fue: Juan Botasso; José Della Torre, Fernando Paternoster; Juan Evaristo Monti, Pedro Arico Suárez; Carlos Peucelle, Francisco Varallo, Guillermo Stábile, Manuel «Nolo» Ferreyra y Mario Evaristo.
Cabe destacar que en la Selección Nacional disputó 29 cotejos y convirtió 14 goles. Jugó con la banda roja entre 1931 y 1941, una década en la que fue figura estelar como puntero derecho y en otras posiciones que lo ubicaron. En ese tiempo, no existía en el diccionario futbolero la palabra “polifuncional”, pero sin dudas todos lo recuerdan por ser el primero en serlo en el país.
Lo bautizaron “Barullo”; se debió a que por su manera de jugar, desordenaba a los rivales, apareciendo inesperadamente por sorpresa en cualquier parte del verde césped. Sus movimientos eran indescifrables, era todo un estratega, iniciaba su jugada pegado a la línea de cal, retrocedía, cambiaba de bando, se movía con total inteligencia y una técnica asombrosa.
Su puesto verdadero era por la derecha del ataque, pero su capacidad intelectual para saber leer las situaciones que se presentaban en los duelos y su enorme sacrificio realizado en colaboración con sus compañeros y equipo, lo llevaban a estar en un estado de movilidad permanente. Por otro lado, cuando notaba que las cosas no le salían dentro del campo de juego y su equipo no la pasaba bien, era capaz de hacer un feroz retroceso al mediocampo e incluso hasta para terminar en defensa para volver a retomar el control del encuentro.
Sus virtudes parecían ser interminables, porque aparte de todo lo mencionado anteriormente, llegaba constantemente al área y era muy efectivo. Marcó 113 goles con 320 partidos jugados en River, lo cual lo coloca como el noveno máximo artillero en la historia de la institución riverplatense. Dos de sus tantos se los marcó al Xeneize en 17 superclásicos del fútbol argentino: primero en el 1-1 de 1931 (significó el primer grito glorioso frente a Boca en el profesionalismo) y el segundo fue en 1936 en la victoria 2-3. Claramente tuvo aquí su etapa más productiva y reconocida por los hinchas, porque a saber, también obtuvo cinco títulos; los campeonatos de 1932, 1936, 1937 y 1941 y la Copa de Oro de 1936.
Una vez terminada su etapa como jugador en River, llegó la retirada definitiva de las canchas, pero claro, sólo la finalizó desde el lado de adentro. A partir de 1942, empezó a trabajar incansablemente en las divisiones inferiores del club, deber que continuó hasta 1949.
En el medio de todo esto, se presentó uno de los mejores equipos de la historia de River, por no decir el más relevante en su larga y rica historia: “La Máquina”, esa delantera conformada con Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Angel Labruna y Félix Loustau. Peucelle estuvo al mando de la primera del club en 1945 y 1946 (interinamente también se presentó en 1964).
En esa década del 40, tomó a “Los Caballeros de la Angustia” de ese frente de ataque inolvidable en todo su esplendor. Con jugadores de semejante jerarquía, no había mucho por aconsejarles o decirles que hacer dentro de la cancha, únicamente hizo unos retoques que fueron decisivos para llegar a la perfección total de estos locos del gol. Loustau pasó a ser el wing izquierdo y tirar a Pedernera al medio del ataque y que funcione como el eje de los cinco.
Peucelle fue un instructor completo, un auténtico orientador, descubridor de jugadores, una Biblia del fútbol. El periodista Dante Panzeri, consideraba que Peucelle fue un maestro ejemplar, porque supo que hacer en cada momento con “La Máquina”. En 1969, confesó en una nota: “Ese nombre fue un invento de Doña Rosa, la mamá de Pedernera”.
Carlitos fue inteligente y detallista, uno de los primeros elaboradores de las estrategias en el ámbito local. Aparte de su sabiduría empírica, todos sus conceptos, ideas y enseñanzas quedaron guardados en muchos reportajes y libros.
Formó cientos de buenos futbolistas en Colombia, en San Lorenzo de Almagro estuvo dirigiendo apenas 18 días a la Primera y se fue sin comprar un peso, pasó por Huracán, Perú, Costa Rica, Racing, Paraguay, México y nuevamente por River. De ninguna manera, él iba a expresar que “a tal jugador lo hice yo”, porque su personalidad no se lo permitía. A 30 años de su muerte, recordémoslo como un fenómeno adentro y afuera de una cancha de fútbol, dejó legados eternos, muchas cosas por seguir aprendiendo. Un ídolo irrepetible.