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El Diario Olé lo recordó en el año 2001 con la siguiente nota: Ejemplares únicos, «El Mañero»

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Dividió a la cátedra: «ladrón» o «maestro». Con su estilo huidizo, Lorenzo fue un zorro con guantes que enloqueció a Sacco, al Puma Arroyo y a Pipino Cuevas.

¿Campeón sin corona o correcaminos? Lorenzo Luis García no fue un boxeador de consenso. Separó las aguas, obligó a consultar los manuales de la ortodoxia y tanto fue admitido en la galería de los buenos estilistas argentinos como condenado al infierno de los chorros de guante blanco. Eso sí: por un camino u otro, porque aún hoy no se ponen de acuerdo especialistas y tribuneros, se dio el lujo de hacerles morder el polvo a los dos últimos superdotados nacidos por estos lares: Uby Sacco y el Roña Castro.

A Uby, que estaba a las puertas de una chance por el campeonato del mundo, le ganó el 25 de junio de 1983, en el Luna Park. Lorenzo tenía 27 años, llevaba más de 130 peleas entre amateur y profesional, era el mejor liviano de Sudamérica y sin embargo nadie lo tomaba en serio. Uby era el pollo de todo el mundo. Pulcro, elegante, potente, pintón, pagaba dos pesos esa noche. Pagaba… ¿Qué pasó? Pasó que se salió de las casillas y le pegó un millón de piñas a las sogas. Unas pocas réplicas, un puñado de jabs tirado desde lejos, más algún guantazo diestro, alcanzaron para el batacazo. «Este García es un rajador, ofende al boxeo», dijeron algunos. «Fue una casualidad, en la revancha Uby lo pone nocaut», mascullaron otros. la revancha se hizo, nomás. Uby la llevó más o menos bien hasta el noveno round, pero en el noveno el bicicletero lo sentó con una derecha en cross y terminó más entero. Un miembro del jurado vio ganar a Lorenzo. Los otros dos sellaron el empate. Igual que en la anterior, hubo quejas, silbidos y polémica hasta la madrugada en los bares de Corrientes.

Cuando Lorenzo García le quitó el invicto a Castro ya era un veterano en plena declinación. Había fracasado en un intento mundialista, acumulaba 92 peleas, estaba gordo, gastado. Incluso el Roña venía de ganarle por puntos en Mar del Plata, pero el 10 de junio de 1989, en la Federación, se cebó y le fue mal. Lorenzo jamás había perdido por paliza y él quiso ser el primero. Lo pagó caro. Entrando y saliendo, toqueteando, haciéndolo calentar con bailoteos y guiños, gozando al gozador, García se llevó la victoria por puntos y el invicto del santacruceño pasó a conjugarse en pasado. El fallo fue recibido con silbidos, abucheos y algún monedazo, y la discusión siguió en la calle porque, frío en el ring, Lorenzo desataba amores y odios a su paso. Cuando salió de Castro Barros 75, unos les gritaron «maestro». Otros, «ladrón».

Esa, justamente, fue su última gran noche. Después se convirtió en un probador aburguesado, que puchereó hasta el 2 de julio de 1993, cuando Carlos Pérez, Metralleta Pérez, le ganó por puntos en Mendoza. Se fue con 122 peleas profesionales sobre el lomo y muchos nombres ilustres en su foja.

¿Cuál fue, al fin de cuentas, el secreto de ese sampedrino que, además de Sacco y Castro, se cargó a nenes de la talla de Pipino Cuevas y el Puma Arroyo? Mañas, vista y piernas. Piernas, sobre todo. De tiempista o de carrilero, porque era futbolista el hombre. Jugó mucho tiempo en Defensores Unidos de San Pedro y se definía como un 8 de ida y vuelta, con suerte para el gol. Y más todavía: decía que si le daban a elegir le gustaba más jugar al fútbol que boxear, que el boxeo era un buen laburo, tan bueno que le había permitido dejar la fábrica de escobas. Algo de eso hubo, porque se puso los guantes por casualidad. Un amigo ex boxeador, Jorge Lillo, se lo presentó a don Abelardo Castillo, el padre del escritor. Castillo le vio condiciones y lo instruyó en el arte de la defensa. Y aunque perdió en el debut, creció tanto que llegó a rondar las 200 combates y pocos, muy pocos, pudieron vanagloriarse de haberlo castigado en serio. Un poco el tucumano Pedro Armando Gutiérrez, en los comienzos. Otro poco el salteño Héctor Hugo Vilte, con una mano en frío. Por ahí el Pato Domínguez, el mendocino. Después, no lo llevaron por delante ni los ex campeones del mundo Gilbert Delé, René Jacquot, Rodolfo González, ni siquiera Johnny Bumphus, un negro largirucho al que no pudo quitarle el título.

Tipo raro Lorenzo García, sí señor. Huidizo, pícaro, indescifrable. Para la grande-grande le faltaron cinco para el mango, pero fue implacable con los de abajo y con los del pelotón del medio. Insoportable, maldito para los de primer nivel. «Sé que estuve al nivel de los mejores», se le escuchó decir, a la hora del balance, al zorro Lorenzo, un boxeador de tómelo o déjelo, un Barros Schelotto del boxeo, un embrollón inolvidable.

 

 

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